Estuve en el acto de reconocimiento institucional a los profesores UIS el jueves pasado. Es de verdad reconfortante que se valore institucionalmente nuestro desempeño. Que se aprecien los años de servicio, la actividad como docentes, los logros como investigadores. Fue un evento largo, detallado, emotivo y a uno le da tiempo a pensar, pensarse y mirar el entorno. En lo personal, agradezco profundamente a la UIS y a Colombia estos 15 años de trabajo dándome un espacio para hacer docencia e investigación, apoyándome en el construir sueños personales y colectivos. Sin duda, han sido unos muy buenos años de logros profesionales y personales. La edad y el kilometraje académico pesan en lo que he alcanzado en esta reedición de vida.
Lo primero que me llamó la atención fue el gran desbalance entre las muchas veces que se repitió la palabra docencia y las que se mencionó investigación. La asociación, casi permanente, de docencia como mera transmisión de conocimiento la experimento como un tema recurrente en mis angustias. Cada vez más y, con mayor fuerza, la importancia de la producción de conocimiento es clave para generar valor en las economías de los países. Eso se traduce en la imperiosa necesidad de incorporar tempranamente a los jóvenes en la investigación. El énfasis que se le está dando a los semilleros es loable y va en esa dirección. Pero, los programas de las asignaturas se siguen centrando en la transmisión de contenido. A esto se le suma la explosiva irrupción de la inteligencia artificial, en particular de los sistemas LLM, que se van depurando y que, aceleradamente, se convierten en interlocutores válidos para aprender de forma autónoma. Es docencia sin docentes. De ahora en adelante a los profe nos toca asumir funciones que poco tienen que ver con la transmisión de conocimiento, con enseñar el teorema fundamental del cálculo, o las leyes de Newton. Tenemos que enfrentar, desde las aulas, los auténticos problemas que nos aquejan como país y como región. Debemos resolver las dificultades de la actualidad con las herramientas del presente. Para ello hay que hacer énfasis en formar personal para la investigación, para la producción de conocimiento. El modelo pedagógico que nos fijamos hace un par de años quedó obsoleto con estas nuevas realidades. Hay que repensarlo asumiendo la investigación como cotidiana. Definitivamente, en nuestra narrativa tenemos que repetir mas la palabra investigación asumiéndola como proceso de producción de conocimiento.
Entonces vino la segunda reflexión. Al observar los videos y las intervenciones de colegas que ascendían a la categoría de profesor titular, la más alta en el escalafón universitario, me surgieron varias preguntas al notar su juventud: ¿Cuántas tesis doctorales habrán dirigido? ¿Cuántos posdoc habrán orientado? ¿En cuántos proyectos, redes o colaboraciones internacionales habrán participado? ¿Lideran grupos de investigación consolidados? ¿Cuentan con reconocimientos nacionales o internacionales por sus aportes disciplinares? A través del celular disponía únicamente de indicadores cuantitativos, que, aunque comprendo son sesgados y varían según la disciplina, mostraban resultados bastante bajos. Ascender a la máxima categoría requiere una evaluación cualitativa de la trayectoria del candidato. Así como transformamos el Premio Eloy Valenzuela en un reconocimiento a la trayectoria, debemos evaluar la experiencia de los candidatos en la creación o consolidación de líneas de investigación, hay que aquilatar el impacto de sus contribuciones y su capacidad para conformar grupos de investigación. Esos elementos deben ser incluidos como requisitos para alcanzar el título de profesor titular. Esta exigencia no es exclusiva de Noruega, también está presente en Colombia. He sido evaluador de ascensos a profesor titular en la Universidad Nacional en varias ocasiones. Considero que es una excelente forma de evaluarnos y ser evaluados a nivel nacional.
Nuestra nueva misión en la docencia implica transferir la experiencia para producir conocimiento, para acotar y resolver problemas reales. Eso necesita madurez académica, contribuciones disciplinares significativas, y experiencia en gestión de grupos de investigación. No bastan unos puntos en docencia y otros «productos de investigación». Hace falta que repensemos el ascenso a la máxima categoría que nos ofrece la institución como una oportunidad de adecuarnos al exigente futuro que tenemos por delante. No podemos conformarnos con el consuelo de ser la mejor universidad del oriente colombiano. Debemos aspirar a ser una gran universidad capaz de formar juventudes para los desafíos de la era actual: la inteligencia artificial, la adaptación al cambio climático, la inclusión y la diversidad en todas sus formas, las injusticias sociales y la competencia por nuevos recursos nos exigen abordar los problemas desde una perspectiva cada vez más interdisciplinaria. Para ello, es indispensable que en las universidades se investigue, de lo contrario, su razón de ser perderá sentido en muy poco tiempo.