Los periódicos reseñaron la noticia: un equipo de ingenieros que asesoraba a un jefe civil concluyó que la represa no podía construirse porque lo prohibía la ley de la gravedad. El gobernante enardecido mandó a averiguar si esa ley era municipal, estadal o nacional, porque él iba a derogarla y a construir su represa.
Naturalmente que no pudo. La ley de la gravitación es universal, de cumplimiento obligatorio. Es válida siempre y en todo lugar del universo.
El desarrollo de la ciencia ha sido, en buena medida, la formulación exitosa de leyes universales que capturan las regularidades del mundo físico. Son las leyes naturales.
¿Por qué existen leyes? Honestamente no lo sabemos, hay algo de fe en la creencia de que la realidad está codificada por leyes que podemos y debemos descubrir. Ciertamente podemos figurarnos un mundo errático, desprovisto de leyes, absurdamente azaroso; pero en un mundo así no podría emerger la formidable complejidad que llamamos vida. Un mundo sin regularidades sería un mundo sin nadie que atestigüe la ausencia de leyes.
Las leyes fundamentales propician la aparición de estructuras complejas; desde la minúscula escala de los quarks en el mundo subatómico, hasta las descomunales distancias astronómicas de las galaxias y la expansión del universo, hemos descubierto estructuras gobernadas por leyes.
Entender un fenómeno es entender las leyes que le subyacen. Usualmente las leyes pueden expresarse en forma matemática; al fin y al cabo la matemática es el estudio sistemático de todos los patrones posibles.
A medida que indagamos más profundamente en la realidad, las leyes son menos intuitivas y más abstractas; las matemáticas más sofisticadas. Esta abstracción es el precio que tenemos que pagar para comprender estratos de la realidad muy alejados de la experiencia cotidiana.
Los físicos han encontrado que el conjunto de leyes que regulan el mundo, pareciera converger a unas cuantas leyes fundamentales. Esta observación ha estimulado la búsqueda frenética de una ley final que unifique todas las interacciones. ¿Existirá una teoría final capaz de unificar todas las interacciones? Podría ocurrir que, como las capas de una cebolla interminable, siempre consigamos nuevas estructuras y nuevas leyes.
También puede ser que exista, pero que no seamos suficientemente inteligentes como para descifrarla: una ley no computable por nuestro cerebro.
Podríamos no conocer jamás la ley final, pero como el jefe civil del comienzo del programa, estaríamos obligados a cumplirla porque el desconocimiento de la ley no te exime de su cumplimiento
Héctor Rago