La ciencia es una empresa relevante en el mundo contemporáneo. Nos hemos acostumbrado a convivir con sus avances y sus derivados tecnológicos. Sus figuras paradigmáticas son íconos y esperamos que algún descubrimiento importante se divulgue en las redes. Tan natural nos luce su presencia que nos cuesta imaginar un mundo sin ella.
En más de una ocasión se ha presagiado el final de la radio, la muerte de la historia, la desaparición de los libros o el fin de la cinematografía, y la ciencia tiene muy poco tiempo entre nosotros; su permanencia no está para nada garantizada.
¿Podríamos estar asistiendo al comienzo del final de la ciencia?
¿Qué escenarios pueden vislumbrarse relacionados con la desaparición de la empresa científica? ¿Habrá preguntas que hoy formulamos cuyas respuestas jamás conoceremos? ¿Qué pasa si la propia ciencia predice su propio límite? ¿Puede agotarse el terreno científico?
La ciencia comete errores, no hay duda, pero tiene mecanismos autoregulatorios. Si por alguna razón el número de errores superara a la capacidad de enmendarlos, se perdería la fe en la ciencia y ese descreimiento puede la puede sepultar. Sería el triunfo de la anti-ciencia y la charlatanería.
En 1903 el físico norteamericano Albert Michelson expresó:
“Las leyes y los hechos fundamentales más importantes de la ciencia física ya han sido descubiertos. Nuestros futuros descubrimientos deben buscarse en el sexto lugar de los decimales”
Otros grandes físicos como Lord Kelvin también proclamaron con comentarios similares el final de la física. Tan audaces y equivocadas afirmaciones fueron hechas apenas a unos pocos años antes de la revolución cuántica y la irrupción de la relatividad que estremecieron nuestra concepción del mundo. La ciencia es una entidad compleja y predecir su evolución es altamente riesgoso. Nunca sabremos si estamos a la vuelta de la esquina de un descubrimiento inesperado.
Hay una versión incompleta de la ciencia, propulsada por los medios, filósofos, historiadores, divulgadores, que ha privilegiado las áreas que tienen que ver con las grandes preguntas de la realidad última. Esta parte de la ciencia nos habla de teorías finales, universos paralelos, agujeros de gusano, espuma cuántica, viajes en el tiempo, la consciencia, universos holográficos… temas que estremecen el interés del público. Pero las preguntas fundamentales en esos temas no parecen tener respuestas claras. Siempre demasiado cercanas a la especulación, a las conjeturas y explicaciones contradictorias que producen confusión.
Las teorías finales que sueñan con la explicación última deben buscar datos en aceleradores cada vez más poderosos y por tanto más costosos. No es obvio que los países estén dispuestos a asumir esos costos, pero aun así hay dos posibilidades: que como en un juego de matrioskas rusas infinito, siempre haya una capa más profunda, con nuevas partículas cada vez más inaccesibles. O que descubramos una última partícula, que hackeemos el código del universo y tengamos la ansiada teoría final. En ese caso no hay ninguna garantía de que seamos lo suficientemente inteligentes como para entenderla. La teoría de supercuerdas acaso sea un ejemplo. Tras dos décadas de promesas como la teoría final, ha sido incapaz de establecer contacto con otras teorías bien establecidas, ni de asomar una predicción verificable. Sus proponentes piden aceptarla por sus valores estéticos y este criterio no se parece a lo que hemos considerado como ciencia.
La buena noticia es que la gran mayoría de los físicos no pretenden ir rompiendo paradigmas a diestra y siniestra. Buscan entender mejor con herramientas bien establecidas, aspectos del mundo físico y nada de lo que ocurra o deje de ocurrir en las teorías fundamentales alterará sus investigaciones. Áreas como hidrodinámica, formación planetaria, superconductividad, turbulencia, estado sólido, astrofísica, cosmología, biotecnología, computación cuántica, nano tecnología, son áreas de la ciencia que gozan de excelente salud y recibirán financiamiento por sus aplicaciones. Su avance no depende de que tengamos una teoría final.
La biología nos enseña que nuestro cerebro no está diseñado para descubrir verdades del universo. Tal vez algunas áreas de la ciencia desaparezcan y quizás algunas preguntas fundamentales queden sin respuestas, pero otras sin duda, persistirán.
¡Larga vida a la ciencia!
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