Héctor Rago
Ciencia y arte han marchado a lo largo de nuestra historia en paralelo, a veces coqueteándose y seduciéndose, otras simulando indiferencia, pero como los grandes amantes, nunca ignorándose. Y es que nadie, ni negacionistas ni ermitaños pueden sustraerse al atractivo influjo de la Ciencia y del Arte. ¿Cuáles son los patrones comunes y no comunes con su mayor exponente entre ciencia y arte? Ése es nuestro tema de hoy.
Una primera mirada situaría al arte y a la ciencia en extremos opuestos de un abismo. El arte busca estremecer nuestras emociones, mira adentro de sí mismo buscando develar de qué están hechos nuestros sueños. La ciencia recurre a los hechos puros y duros, el científico mira afuera de sí buscando de qué está hecho el universo y él mismo, que es parte del universo que indaga al universo.La ciencia aspira a la objetividad, pretende neutralidad y privilegia a la realidad. El arte apela a nuestra subjetividad y trastoca la realidad impunemente. La ciencia pretende satisfacer nuestros deseos de saber y de entender recurriendo a la mirada aséptica y a una lógica implacable, se aferra a la razón; mientras que el arte quiere satisfacer nuestros deseos de sentir, convoca a nuestros fantasmas, disuelve la lógica, hace a un lado al razonamiento.
Ni el arte ni la ciencia gozan de unanimidad absoluta, siempre hay espacio para el gusto individual, para la subjetividad: a ti te gusta Mahler, a otro, los Beatles, en cambio el de más allá prefiere el reagueton. También en las ciencias cabe la diversidad de opiniones: el poder nazi calificaba los trabajos de Einstein como cochina ciencia judía, o no me gustan las supercuerdas y a aquella no le gustan los multiversos.
¿Podemos presumir un origen común para ambas disciplinas? ¿Qué podría explicar la aparición del arte y la ciencia? Bueno, vivimos en un mundo pleno de patrones, regularidades de todo tipo; cromáticas, temporales, geométricas, sonoras, ciclos de vida y muerte, ciclos estacionales, ciclos biológicos, armonías, repeticiones, y simetrías por todas partes. Pero además somos cazadores de patrones, discernimos un patrón y nuestro cerebro post-edita y reconstruye la realidad. Vislumbrar patrones da ventajas adaptativas. El elemento común es que somos constructores de patrones. Hay patrones en el lenguaje, en la escritura, en la pintura, obviamente en la música. Los patrones impregnan el arte. Por su parte la ciencia, busca patrones en el universo y los codifica en forma de leyes y teorías, es decir, de patrones. Las matemáticas subyacen al arte y a la ciencia, porque las matemáticas son una sistemática y monumental colección de patrones. Los patrones simétricos son un vínculo formidable entre el arte y la ciencia y sin duda que es a través de las matemáticas que la ciencia adquiere un cierto sentido de belleza que ha sido usado en más de una ocasión para descubrir teorías exitosas de la realidad.
“Describe bien tu aldea y describirás el universo” la célebre admonición de León Tolstoy, el gran escritor ruso, no es sólo una sabia recomendación literaria. Es una potente metáfora para el arte y también para la ciencia. Los científicos descubren en sus laboratorios leyes que son válidas en cada rincón del universo y en todo momento, del big bang a nuestros días. Y a la naturaleza le gustan las simetrías, pero también las rupturas de las simetrías, el patrón y la vulneración del patrón. Igual en el arte, “No hay belleza excelsa que no contenga alguna extrañeza en las proporciones”, apuntó certeramente Francis Bacon en el siglo XVI. Capturamos la regularidad y satisfacemos nuestro espíritu de cazador de patrones, y la ruptura nos sorprende. Arte y ciencia transitan la delgada línea entre las expectativas y lo inesperado. Artistas y científicos aprenden sus respectivas disciplinas de manera similar, en una sutil combinación de tradición y ruptura. Los artistas aprenden sus destrezas de sus maestros, para luego clavarles una metafórica puñalada trapera e insurgir con un nuevo movimiento artístico nacido de las cenizas del anterior. Similarmente las nuevas generaciones de científicos anhelan un experimento, un fenómeno inexplicado para construir mejores teorías que la generación anterior.
¿Qué por qué hombres y mujeres hacen arte y ciencia? Tal vez porque el arte brinda códigos identificatorios que cohesionan los grupos humanos, los hace más fuertes. La ciencia y su prima, la tecnología también nos fortalece como especie.
Es cierto que en la práctica del arte o de la ciencia hay deseo de reconocimiento, fama, fortuna, pero tal vez la respuesta más certera sea que arte y ciencia se practican por placer: “el arte por el arte” y añadiríamos, la ciencia por la ciencia misma, ellos son su propia justificación.Citando al imaginativo físico que fue Richard Feynman afirmamos que el arte y la ciencia, al igual que el sexo tienen consecuencias prácticas, pero no es por eso que los hacemos, los hacemos por placer.
Arte y ciencia comparten más puentes que abismos, no es aventurado afirmar que en cada momento de nuestra historia la ciencia haya dicho lo más verdadero acerca de la realidad, y el arte lo más hermoso. Entre ambos, científicos y artistas nos van regalando un mundo mejor. Arte y Ciencia son dos representaciones para abordar el misterio del universo. La ciencia con sus metáforas quiere resolverlo. El arte con las suyas quiere profundizarlo.
La cultura de redes sociales, los avances en holografía, imágenes reales o no, las promesas de metaversos y realidades alteradas, el avasallamiento inevitable de la inteligencia artificial, difuminarán más las ya diluidas fronteras entre el arte y la ciencia.
Hay un torbellino de quarks, electrones, supernovas y galaxias en vertiginosa expansión, allá…fuera de nosotros. Y una celebración exaltada de imaginaciones y pasiones dentro de nosotros. Ambos, científicos y artistas, por separado o juntos y revueltos y tal vez sin saberlo, están librando desde el inicio de los tiempos una feroz batalla en busca de una verdad que se nos escapa continuamente, pero que nunca podremos dejar de buscar.
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Musicalización
1.- Claude Debussy, Arabesque Nº 1, 1890.
2.- Jazz-Cello: Leonard Disselhorst y Stephan Braun, 2014
3.- El mejor showman, cover de Vesislava (2019)