Por: Alexandra de Castro
Eran los años sesenta, la guerra fría estaba en su apogeo y las grandes potencias se hallaban sumidas en una carrera por la conquista del espacio: el temor de una guerra nuclear estaba latente. Por aquellos días, la Administración Nacional de Seguridad Nuclear estadounidense llevó a cabo un programa de espionaje espacial llamado Vela que consistió en poner en órbita 6 satélites con instrumentos capaces de detectar destellos violentos de rayos gamma, típicos de actividad nuclear.
Los rayos gamma son las formas más energéticas de luz que conocemos, más aún que los rayos X. Para tener una idea, los rayos gamma son utilizados para revisar el interior de objetos cubiertos por capas metálicas como camiones y contenedores, de la misma forma como los rayos X son usados para revisar el interior de nuestros cuerpos.
Efectivamente, si algún país hubiese detonado armas nucleares en el espacio, por ejemplo la Unión Soviética, la explosión hubiera liberado grandes cantidades de rayos gamma, detectables por los instrumentos a bordo de los satélites espía “Vela”.
Era la primera vez que detectores de rayos gamma se lanzaban al espacio, y aunque los fines eran políticos, la caja del conocimiento humano no tardaría en adquirir un nuevo tesoro. Sucedió un día de 1963 cuando varios de los satélites Vela detectaron un resplandor repentino, sumamente potente de rayos gamma. ¿Quién se atreve a hacer pruebas nucleares a esta hora? El análisis de los datos mostró que ningún país era el responsable, que ese destello tenía una fuente extraterrestre. Alertas al espacio exterior, los científicos del proyecto no solamente descubrieron la existencia de estos eventos espaciales sino que rápidamente comprendieron que son muy frecuentes; con el tiempo se les bautizó como Estallidos de Rayos Gamma (o Gamma Ray Burts en Inglés). El hallazgo se mantuvo como secreto de estado hasta 1970 cuando se dio a conocer en una publicación científica en la revista “Astrophysical Journal”.
Los Estallidos de Rayos Gamma son destellos repentinos tremendamente energéticos producidos durante los eventos más violentos del Universo. Se pueden observar casi a diario desde satélites. Los sondeos exhaustivos muestran que su distribución es casi uniforme en todo el espacio. Esto revela que la mayoría tiene origen extra galáctico; de otro modo se observarían todos en el plano de la Vía Láctea. Se clasifican por su duración en: cortos, de entre pocos milisegundos y 2 segundos, y largos, entre 2 segundos y cientos de segundos, con un promedio de 30 segundos. Los astrofísicos creen que los estallidos cortos se producen durante la formación de agujeros negros, a partir de la fusión de dos estrellas de neutrones o de una estrella de neutrones con otro agujero negro. Los largos parecen estar asociados con explosiones de estrellas muy masivas (o supernovas). Sin embargo, aun no hay suficiente evidencia para determinar el origen de estos destellos violentos, de modo que los científicos necesitan seguir observando.
Varios satélites se han destinado exclusivamente a capturar los estallidos de rayos gamma. Hasta el 2002 funcionaron: el “Experimento de la Fuente Explosiva y Transitoria” y el satélite europeo Beppo-Sax. Actualmente están en marcha el Swift y el Fermi, ambos de la NASA. Sin embargo, el flujo de estos rayos decrece dramáticamente a medida que aumenta la energía y la posibilidad de detectarlos se reduce. De modo que las sondas espaciales necesitan la ayuda de observatorios en la superficie terrestre. En América Latina existen varios proyectos de detección de Estallidos de Rayos Gamma.
Testigo de un escenario imponente, al pie de un volcán extinto en el Parque Nacional Pico de Orizaba en México, emerge el Observatorio de Rayos Gamma Gran Altitud, HAWC. El montaje que consta de 300 detectores está diseñado para estudiar a los rayos gamma de alta energía.
Otro vigilante del cielo, pero esta vez de escala global es el Observatorio Gigante Latinoamericano, LAGO, una colaboración entre 9 países: Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, Perú y Venezuela y 34 Instituciones académicas. El proyecto LAGO trasciende fronteras y sus instalaciones se extienden desde México hasta la Antártida.
Todos estos observatorios y bases espaciales concentran nuestro anhelo de capturar a los resplandores más impetuosos que iluminan las profundidades del cosmos.
Muy interesante. Gracias, Alexandra
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Excelente información. Felicitaciones a los autores.